Nadie en el plató de Papillion entendía lo que pasaba esa mañana. Un ex Beatle iba caminando en medio del equipo de producción saludando a todos y observando de lejos el trabajo de la maquinaria hollywoodense. Paul no tenía nada que hacer ese día, estaba de vacaciones en Jamaica con su familia y cuando se enteró de que Dustin Hoffman y Steve McQueen se encontraban en la isla filmando una nueva pelicula, fue a visitarlos.
A comienzos de los 70s el lugar de moda era Jamaica. La isla estaba en su mejor momento con sus playas de ensueño y el reggae sonando como un mantra interminable por todos lados. Hasta aquél lugar iban una gran cantidad de musicos sin distinción de genero buscando ese nuevo elixir musical y cultural que ebullía con identidad propia. Un género alejado de convencionalismos y que rompía con todas las etiquetas establecidas hasta el momento.
En una de esas noches de humedad caribeña Macca y Hoffman salieron a cenar. Para aquella época los dos ya se habían convertido en leyendas contemporanéas. Hoffman como el actor fetiche del nuevo cine norteaméricano y Paul como una especie de Beethoven de clase obrera moldeado a ídolo pop.
Eligieron un lugar bien exclusivo en Montego Bay, fuera del bullicio y la parafernalia que siempre lo acompañaban a todos lados. La cena giro en torno a lo que cada uno hacía. McCartney ya llevaba un par de años separado de los Beatles y por su parte Dustin había hecho de films como Midgnight Cowboy y Straw Dogs verdaderos clásicos.
En medio de la cena, un Dustin Hoffmann escéptico por de la calidad creativa de Paul, pregunta al ex beatle lo que todo el mundo siempre quiso saber. El Santo Grial. La formula mágica de la música contemporanéa. La receta del producto Beatle. Una simple pregunta: “¿Cómo escribis canciones?”. McCartney que ya había escuchado la misma pregunta desde las primeras épocas del cuarteto, no sabía que responder y solo atinó a decir “No lo sé”. ¿Cómo explicar lo inexplicable?.
Hoffman casi decepcionado quiso llevar la discusión un poco más allá y pidió al ex Beatle si podía componer algo en ese mismo momento. Paul, aturdido por la propuesta aceptó sin más y quedó en blanco sin saber como empezar. El actor de El Graduado, observando que su exigencia era casi impertinente y exagerada se levantó de la mesa y fue a buscar algo.
Al regresar traía consigo una copia de la revista “Times”. Hoffman había visto un artículo y preguntó a Paul si podía escribir algo sobre aquello. Era una nota sobre la muerte de Picasso y sus últimas palabras. Paul comenzó a leer el artículo y cuando lo terminó no dudo un segundo y agarró la guitarra que estaba a su lado.
Pablo Picasso tenía la costumbre de cenar a medianoche. Al aire libre con sus amigos en una gran mesa. Luego de la cena, el pintor se levantaba respuetuoso y volvía a su estudio para seguir trabajando hasta las 3 de la madrugada. Dustin Hoffman iba relatando todo esto con entusiasmo mientras Paul, escuchando la historia, iba encontrando los acordes de la canción.
En la víspera de su muerte, Picasso dejó la mesa después de cenar, pero antes de retirarse alzo una copa, pidió la palabra y con un francés exquisito lanzó una tímida profecía: “Brinden por mí, brinden por mi salud. Ustedes saben que ya no podré brindar”. En medio de aquella ironía, Picasso escondía su último adiós entre la risa y los aplausos de unos amigos que estaban acostumbrados a las salidas extravagantes del pintor. El problema era que Pablo, ahora hablaba en serio. Él se retiro a su estudio y la noche continuó sin su presencia. Al día siguiente lo encontraron en su estudio dormido, sin poder despertarlo.
Antes de que Dustin Hoffman termine con la historia de la última noche de Pablo Picasso, McCartney ya tanteaba los primeros versos de la canción. Hoffman soltó el diario y fue testigo del nacimiento de una canción. Era un simple juego, con Picasso en el medio como excusa. El autor de la Guernica se había ido, pero aquella noche Paul y Dustin brindaron por él.