Nueva Inglaterra, finales del siglo XIX. Narra la historia de dos hombres que deben mantener en condiciones un faro que se encuentra en una misteriosa y alejada isla en medio del mar. La prolongada estadía en ese lugar y los desconcertantes hechos que allí se producen, pondrán a prueban la estabilidad emocional y mental de ambos personajes.
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Hace un poco más de tres años Robert Eggers debutaba con «The Whitch», una historia que tenía como protagonistas a una familia de colonos británicos asentados en Nueva Inglaterra con profundas creencias religiosas pero que sufrían extrañas y macabras situaciones en un ambiente hostil y desconocido, en donde trataban de comprender esos hechos a través de sus creencias religiosas. En «The Lighthouse», el director vuelve explorar el cine de época, pero cambia la religión por las leyendas y los mitos marítimos como eje de la narración. La historia también sucede en Nueva Inglaterra, pero esta vez a finales del siglo XIX y en una alejada isla en el mar. En ese lugar se encuentra un misterioso faro que debe ser mantenido en funcionamiento por dos hombres que no se conocen y que han sido enviados para dicha tarea por un lapso de cuatro semanas.
Si en «The Whitch» el horror se escondía en lo profundo del bosque o en el errático comportamiento de una cabra, en «The Lighthouse» el elemento principal es esa isla misteriosa, rodeada por la inmensidad del mar, habitada unicamente por solitarias gaviotas y adornada con un imponente faro cuyo misterio provoca devastadores efectos en sus habitantes temporales. En este segundo largometraje Eggers vuelve a demostrar que no es el típico director de género, sino que se nutre de amplias influencias para llevar su estilo a un lado más personal e íntimo, con una propuesta arriegasda y estéticamente impecable.
La historia comienza con el arribo de los hombres a la isla en medio de una espesa neblina y el apabullante sonido del mar y el viento. Las diferencias entre ambos son palpables desde el principio, con Thomas Wake (William Dafoe) como el experimentado farero que intimida con su personalidad al novato Ephraim Winslow (Robert Pattison), joven que tiene su primera experiencia en ese trabajo. A pesar de que en el contrato ambos deben cumplir las mismas tareas, es Wake el que al final determina la labor de cada uno, con Winslow obligado a cumplir las pesadas tareas durante el día, mientras que el viejo se autoasigna como el único que puede ingresar en el interior del faro durante la noche.
El único momento en que ambos coinciden es durante la cena. Allí el antagonismo de ambos se profundiza con el experimentado Wake atemorizando a su subordinado con supersticiones, mitos y extrañas historias mientras se deja llevar por el alcohol ante un Winslow incrédulo y temeroso que se niega compartir los mismos hábitos y creencias de su compañero. En medio de esas diferencias, la relación entre ambos crecerá en intensidad mientras pasen los días. Sin embargo, un evento inusual en sus últimos días de trabajo alterará por completo la estadía de ambos en la isla. Un hecho que los llevará a una espiral de locura, desesperación y violencia.
«The Lighthouse» está inspirado en un cuento homónimo e inconcluso de Edgar Allan Poe que fue terminado por el escritor Robert Bloch en la segunda mitad del siglo XX. A partir de esta idea, Eggers elaboró el guion juntó a su hermano Max. Sin embargo, ambos ampliaron el universo del escritor bostoniano y se nutrieron de otras referencias literarias para desarrollar la historia. En «The Lighthouse» se aprecian ecos de Melville, Stevenson y el propio H. P. Lovecraft, cuya gran parte de su obra se desarrolla en el área de Nueva Inglaterra. Esta amalgama de influencia literarias se complementa con el uso de dialectos propios de marineros y leñadores, que otorga a la película una precisión histórica en el aspecto lingüístico.
Sin embargo, la principal fuerza de la película radica en la atmósfera creada por Eggers y todo su equipo. En la película no existe un sonido, un plano y una iluminación que esté fuera de lugar. Todo sirve para narrar y construir lentamente la atmósfera claustrofóbica y solitaria en que se encuentran ambos personajes. El sonido del faro es tenebroso y también las gaviotas que sobrevuelan la isla en ese evidente guiño al «The Birds» de Hitchcock. Como en «The Witch», Eggers vuelve a meternos en una historia impredecible en donde el horror se esconde en aquellas situaciones que escapan a la razón y solo pueden resolverse en macabras y violentas circunstancias.
En esa atmósfera el trabajo del director de fotografía Jarin Blaschke es el detalle más importante del film. La película que fue filmada en el aspecto 1.19:1, atípico para esta época y con unos lentes de los años 30s adaptados especialmente para el film, permite a la historia desarrollarse en un fabuloso estilo expresionista, sombrio y pertubador. Una estética que permitió a Eggers enfatizar aún más cada detalle de la película, especialmente en las escenas de interiores, en donde los personajes parecen estar apretados dentro de la imagen mientras cenan en medio de un una tensión asfixiante, arropados en la total oscuridad de la noche que es . Un aspecto visual que se coloca en lo mejor del año y que es complementado con la banda sonora de Mark Korven, que por momentos parece confundirse sutilmente con los sonidos de ambiente como la del faro y las enrarecidas gaviotas.
Pero toda esa proeza técnica no sería más que una simple precisa adaptación de época sin el tremendo duelo actoral entre Robert Pattison y William Dafoe. Una dinámica explosiva, llena de tensión sexual, represión y violencia, tanto física como mental, que inclusive parece tener ciertas implicancias sadomasoquistas. Necesidades urgentes en medio de una relación de poder que son canalizadas a través del alcohol (mucho alcohol), cuyo papel es determinante y marca un punto de inflexión en las extrañas alucinaciones de sus protagonistas.
El debate sobre si Pattison esta preparado para convertirse en el próximo Batman cae en lo ridículo y absurdo luego de su brutal interpretación como Ephraim Winslow. Un personaje que parece condenado desde un primer momento a naufragar en los misteriosos senderos de la desesperación y la locura. Mientras que Dafoe a estas alturas ya no necesita validar su inmenso talento y esta vez nos regala una cátedra de como utilizar unas simples flatulencias en la construcción de un personaje autoritario, grotesco y repulsivo. Ambos están desquiciados en sus papeles y juegan a destrozar todos los conceptos de la rústica virilidad que se ha construido sobre los héroes marítimos.
«The Lighthouse» confirma que el talento de Robert Eggers no fue una mera casualidad con su debut hace unos años atrás. Un director que junto a Ari Aster y Jordan Peele, han creado obras que se alejan de las convenciones del género de terror para profundizar sobre la naturaleza humana y sus extrañas dinámicas. Su segundo largometraje es una obra retorcida, perturbadora y desconcertante sobre la soledad, el aislamiento, los mitos y la fragilidad de la mente humana en determinadas situaciones. Un cine entre el horror y la fantasía que construye su propia épica desde lo simple y que además nos deja una sencilla lección: Nunca, pero nunca, te pelees con una gaviota.