Frank Sheeran (Robert de Niro), un camionero irlandés y veterano de la Segunda Guerra Mundial es contratado como sicario por una organización mafiosa liderada por Russel Buffalino (Joe Pesci), quién lo introduce en el mundo de Jimmy Hoffa (Al Pacino), líder del sindicato de camioneros Teamster Unión y una de las personas más poderosas de los Estados Unidos. Crónica de uno los misterios sin resolver más importante de la cultura norteamericana y un relato preciso del poder la mafia italiana a mediados del siglo XX.
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El 2019 será recordado como uno de los mejores años en la carrera de Martin Scorsese. A sus 77 años, el director italo-americano se encuentra más relevante que nunca. En junio estrenó en Netflix «Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story», quizás el mejor documental musical del año y que aborda el proceso creativo de Dylan en su mejor momento. En octubre, se despachó contra el Universo Cinematográfico de Marvel, afirmando que sus películas no son cine. Una idea que lo expandió un mes después en una columna de opinión para el New York Times. Fue el productor ejecutivo de dos películas independientes aclamadas por la crítica: «The Souvenir» y «Uncut Gems». Y como si faltaba más, cierra el año con «The Irishman», una película de 209 min que reúne a un bestial elenco en una de las mejores historias llevadas a la pantalla en los últimos años.
En este último trabajo, Scorsese y el guionista Steve Zaillian, adaptan el best seller «I Heard You Paint Houses» de Charles Brandt, una investigación que intenta aclarar la misteriosa desaparición del líder sindical Jimmy Hoffa a mediados de los años setenta. Un caso no resuelto hasta la fecha, aunque Hoffa haya sido declarado muerto en 1982. En esta oportunidad, la historia es narrada por Frank Sheeran, un veterano de guerra que formó parte la mafia italiana y que ascendió rápidamente en el sindicato de camioneros como mano derecha de Hoffa. Scorsese nos introduce al personaje por medio de un plano secuencia a través de los pasillos de un asilo en donde un Sheeran en silla de ruedas, rememora absolutamente todo su pasado en una narración fragmentada que arranca con el viaje a una boda familiar que hace junto a Russel Buffalino, un líder importante de la mafia italiana. Una narración en modo road movie pero que en realidad se apoya en varios flashbacks para abarcar cinco décadas y que combina la introspección de un hombre solitario con la radiografía de una época corrupta de la que formaba parte.
Interpretado por Robert De Niro (que vuelve a trabajar con Scorsese luego de más veinte años), Frank Sheeran es un hombre duro, curtido en los horrores de la guerra en donde debía cumplir órdenes de sus superiores, muchos de ellos considerados crímenes de lesa humanidad. Parco, frío y analítico, Sheeran se gana la amistad de la mafia italiana a base de lealtad y disciplina. El irlandés era un todoterreno capaz de cumplir cualquier orden, desde asesinar a sangre fría o hacer volar en pedazos alguna fábrica. Un tipo incapaz de expresar emoción alguna, con un vínculo afectivo distante con su familia y que resuelve sus problemas laborales y cotidianos con el uso de la violencia.
La película, que está construida a partir de la figura de Frank Sheeran, divide sus 209 min en dos grandes segmentos y una media hora final llena de angustia. La primera se centra en la relación que el irlandés forja con Russell Buffalino, un mafioso italiano de origen siciliano que manejaba todas las actividades ilícitas en la zona de Pensilvania. La segunda parte se centra en la figura de Jimmy Hoffa, un carismático, impulsivo y narcisista líder sindical que encuentra en Sheeran un hombre de confianza. En esta dinámica, el denominador común para Sheeran es el respeto y cierta lealtad que inspira en ambos jefes. Una actitud que el propio narrador lo justifica haciendo una analogía con su propio pasado como militar.
A través de estos tres personajes, «The Irishman» realiza una crónica de los hechos políticos más importantes a comienzos de los años sesenta en los Estados Unidos. La relación de la familia Kennedy con la mafia italiana y su ascenso al poder, la persecución judicial del Fiscal General Robert Kennedy a los negocios ilícitos de Jimmy Hoffa y el fracaso del gobierno norteamericano en derrocar a Fidel Castro con la fallida invasión a la Bahía de Cochinos. Un laberíntico juego de poder que Scorsese trata de explicarlo a través de un montaje paralelo en donde se observan dos caras de una misma moneda: El ascenso de un joven presidente adorado por su pueblo con los oscuros intereses que lo llevaron al poder. Una clase magistral de como funciona la política y la construcción de sus figuras.
Sin embargo, «The Irishman» va más allá de ser una simple representación de los mecanismos de poder. Si esa era la norma en otras películas de Scorsese como «Goodfellas», «Casino» o «El Lobo de Wallstreet»; en «The Irishman» es solo un medio que arropa lo que realmente importa: la evolución psicológica y emocional de un personaje que se encuentra en un dilema moral que escapa de sus propias circunstancias. Frank Sheeran es un simple peón, alguien que solo cumple órdenes sin importar cuales sean. Un personaje que forja un profundo vínculo emocional en dos bandos tan distintos y similares al mismo tiempo. En ese mundo violento, Sheeran es juzgado únicamente por la constante mirada de su hija menor, Peggy, que representa la humanidad y la inocencia en medio de una sociedad corrupta.
Scorsese cambia el estado frenético de sus anteriores trabajos por una visión más introspectiva del mundo de la mafia y explora la frontera de sus códigos morales. El personaje de Frank Sheeran podría ser considerado un arquetipo ideal que define a la «banalidad del mal», aquella frase acuñada por la filósofa alemana Hanna Arendt que describe a todos aquellas personas cuyas conductas se desarrollan dentro del sistema al que pertenecen, pero sin preocuparse ni reflexionar sobre sus actos. Individuos que solo están dispuestos a cumplir órdenes. Una idea que puede dar pie a análisis más profundos en este caso.
Sin embargo, a pesar del lado sereno e introspectivo de la historia, a lo largo de la película discurren buenos momentos de humor negro. Como maestro del lenguaje cinematográfico, Scorsese juega esta vez con las comidas y alimentos como pequeñas metáforas que son complementadas con la propia idiosincrasia y los prejuicios de sus personajes. Un elenco memorable en donde inclusive el fenomenal Harvey Keitel se debe conformar con un par de apariciones interpretando al mafioso Angelo Bruno.
Sin embargo, en el aspecto interpretativo el que se destaca por encima de todos es el enorme Joe Pesci como el cerebral y diplomático Russel Buffalino. Menos volátil que en «Goodfellas» y «Casino», Pesci saca de la simpleza escenas memorables como una figura paternal para De Niro, al que se le nota el paso de los años en las escenas de acción. Una dupla que se reinventa con la adición de Al Pacino, que realiza un híbrido de viejos personajes para darnos su mejor interpretación desde «The Insider». El uso del CGI como rejuvenecimiento de personajes generará posturas diferentes, pero será un detalle menor al momento de juzgar el glorioso regreso de los tres protagonistas principales.
Una nota a parte para el aspecto estético del film. El excelente diseño de producción de Bob Shaw (The Sopranos, Boardwalk Empire) ambientado principalmente en los años 50s y 60s otorga a la película una fiel representación de los lugares y ambientes en que sucedieron los hechos, un trabajo que se complementa con la excelente fotografía del mexicano Rodrigo Prieto, cuyo énfasis en los claroscuros de las escenas en interiores otorgan a la historia una atmósfera turbia y por momentos pesada. Un trabajo impecable que en la experiencia de quíen escribe estas líneas no se dejó apreciar en todo su esplendor en la pantalla de la sala 2 del Cine del Sol. con una imagen carente de luminosidad en su día de estreno. Una observación meramente subjetiva.
Aún así, «The Irishman» es el mejor cierre para un año cargado de buenas películas. Además, es un brutal epílogo en la carrera de uno de los mejores directores de todos los tiempos que explora en sus trabajos anteriores para reinventarse con una historia de lealtad, traición y soledad. Una gran obra cuyo melancólico y poderoso plano final interpela al espectador sobre las cosas que realmente importan al final del camino y que también nos habla sobre esa generación de personajes que reiventaron el cine de mafiosos en los años 70s y que aquí, sellan una despedida a la altura de sus capacidades creativas en una obra que supera cualquier expectativas.