Hay algo que siempre me gusta en las historias ambientadas en el sur de los Estados Unidos. Tanto en la atmósfera en que se desarrollan como en el estilo narrativo de los escritores que enfocaron su obra en ese universo -William Faulkner, Carson McCullers, Truman Capote, etc-. Realista, clásico, violento y con un toque de crítica social que funciona como el reflejo de una sociedad trastornada que esconde sus miserias bajo una moral conservadora. Pequeños lugares idílicos que se contrastan con los conflictos personales de sus habitantes, siempre marcados por un pasado violento.
Es en este escenario donde se desarrolla The Devil All The Time, la tercera película del director Antonio Campos, un relato interesante que trata de evocar a la «américa profunda» en una historia pesimista, oscura, de gran belleza visual que narra la historia de una serie de personajes sometidos a un mundo donde la violencia y la fe no tienen muchas diferencias.
Inspirada en la primera novela de un escritor de culto llamado Donald Rey Pollock -él mismo se encarga de la voz en off- la película abarca un periodo de tres décadas que va desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los años 60s. Los hechos ocurren en dos pueblitos olvidados en los estados de West Virginia y Ohio. Ambos lugares estarán conectados por una serie de hechos y personajes, tan peculiares como perversos, en donde la violencia y el fundamentalismo religioso serán los denominadores comunes.
La historia se apoya en un reparto coral y no cuenta con un personaje principal. Aunque lo más cercano a eso sería el joven Arvin Russel (Tom Holland), hijo de Willard Russel (Bill Skarsgård), un veterano de la Segunda Guerra Mundial y Charlotte Russel (Haley Bennet), una humilde camarera. La pequeña familia intentará labrar su futuro en los años de posguerra en pueblito llamado Knockesmtiff, en Ohio. Sin embargo, sus vidas estarán marcadas por la tragedia. Estas experiencias influirán notablemente en la personalidad de Arvin y será el disparador que motivará todas sus acciones en la película.
En paralelo a esto, Antonio Campos también nos relatará la historia de Carl Henderson (Jason Clarke) y Sandy Henderson (Riley Keough), una extraña pareja que ocupa sus tiempos de ocio secuestrando a jóvenes que hacen autostop para saciar una rara parafilia relacionada a la fotografía. Entre la historia de esta pareja y la del joven Arvin, aparecerán una serie de personajes como un pastor de dudosa reputación (Robert Pattison), un policía corrupto (Sebastian Stan) y una adolescente huérfana (Eliza Scanlen). Un excesivo reparto al que el director no logra sacarle provecho y que solo funciona como un gancho marketinero.
Es que está historia, que tenía todos los elementos para transformarse en un clásico instantáneo, no pasa de ser una obra menor que se olvida fácil una vez que termina. La excelente ambientación, su hermosa puesta en escena y su capacidad de evocar esa nostalgia rural, pierde fuerza ante una construcción narrativa que no logra abarcar a todos los personajes y los temas que intenta abordar. Desde un inicio Campos apuesta más en la voz de un narrador externo que en su capacidad de transmitir la historia a través de sus imágenes.
Pero entre esa dispersión, la película mantiene la tensión cuando se centra en el personaje de Arvin Russel. Un joven que parece contener toda la rabia, la frustración pero además, una idea de hacer justicia por manos propias como el único modo de resolver sus conflictos y sus traumas. A través de Arvin confluyen todas las historias. Un ser perturbado que, para huir de un mundo violento, responde de la misma forma. Una interpretación muy buena de Tom Holland al que será interesante ver en otros personajes similares o alejados de los papeles convencionales que se le ha impuesto en su carrera.
Sin embargo, son las mujeres las que se destacan notablemente en el aspecto interpretativo, a pesar de que sus apariciones sean mínimas. De ellas se destaca Riley Keough y Eliza Scanlen. La moral de los personajes de ambas es opuesta, pero al mismo tiempo tienen en común la de ser víctimas de un mundo donde la violencia masculina se encuentra institucionalizada en la falsa moral de una comunidad religiosa, como también en las relaciones disfuncionales que se crean al margen de éstas. Una idea fundamental en la película que se queda a medias en la narración de Campos.
Lo interesante de The Devil All The Time es el periodo en que todo sucede. Esos veinte años de bonanza económica para los estadounidenses que abarcan desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los primeros años de la Guerra de Vietnam. Un elemento que, a excepción de un par de secuencias, no se hace explícito en el relato pero que es determinante en la vida de cada uno de ellos, en especial en la familia Russell, representada tal vez en esa arma de procedencia alemana que parece llevar una maldición a la familia.
Campos intenta emular el mismo impacto que las películas de los hermanos Coen y otras como Hell or High Water de Taylor Sheridan. Pero en The Devil All The Time no hay lugar para el humor negro ni la intención de profundizar en los conflictos internos de cada uno de los personajes. La película se apoya en sus chispazos de violencia grasienta, su ambientación y el genial reparto. Pero más allá de eso no haya nada más. Solo una sucesión de hechos que el único interés que produce es la de salir corriendo a leer el libro en que se inspira.
El mejor concepto de la película -o del libro -, quizás sea esa capacidad de hurgar en el lado oscuro del «sueño americano». Más aún en esas dos décadas en que se sitúa y que siempre fueron utilizadas en el cine como el espacio temporal más efectivo para impulsar esas narrativas. The Devil All The Time explora ese lado turbio para exponer un mundo violento y enloquecido; marcado por la guerra, los prejuicios y una fe trastornada en donde el pecado parece ser el único camino a la redención.
Calificación: ★★★½