Los Ángeles, 1969. Rick Dalton (Leonardo Di Caprio), un veterano actor de televisión se encuentra en medio de una crisis personal debido al cambio generacional en la industria de Hollywood. Su única contención emocional lo encuentra en su doble de riesgo y amigo más cercano, Cliff Booth (Brad Pitt). A través de su dinámica, ambos personajes intentarán sobrellevar sus carreras en una época complicada, mientras que al mismo tiempo se ven involucrados en un extraño suceso con un grupo de hippies.
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La novena película de Quentín de Tarantino se inspira en dos de los hechos culturales más importantes de finales de los años sesentas en los Estados Unidos: la crisis de los grandes estudios de Hollywood y los crímenes cometidos por la Familia Manson. Ambos suceden en un mismo espacio geográfico: la luminosa y prometedora ciudad de Los Ángeles. La ciudad donde se fabrican los sueños y en donde absolutamente todo puede pasar. A partir de espacio temporal Tarantino construye una historia a través de la nostalgia, la melancolía y su peculiar fetichismo sobre los sesentas. Una película que rebosa virtuosismo pero que, por momentos, se pierde en la excesiva autoindulgencia de su director.
Rick Dalton, personaje principal de la película es el arquetipo perfecto para aquellos tiempos. Un actor conservador, en conflicto con su propia capacidad creativa y que intenta hacerse un espacio en una industria que sufre severos cambios. La contracultura permea en todos los aspectos artísticos en la sociedad norteamericana y el cine no esta exento. El viejo Hollywood va desapareciendo ante una nueva estructura social en que, Dalton y su doble de riesgo y mejor amigo, Cliff Booth, no logran encajar. Una frustración que se ve acrecentada en una reunión en la que el actor recibe una oferta para dejar Hollywood y actuar en desconocidas películas italianas del oeste. Una analogía casi perfecta de muchos actores de mediados de los sesentas en donde el más representativo fue Clint Eastwood que, a mediados de la década, iba a dejar la televisión para hacer historia junto a Sergio Leone como el hombre sin nombre.
Sin embargo, ese no es el único guiño cinéfilo en «Once Upon a Time en Hollywood», la película con mayores referencias a la cultura pop que ha parido Tarantino. Al director se le debe bastante esa fetichismo retro que se encuentra en auge durante estos años, especialmente en la última década. Un principio estético que encuentra su manifiesto en la utilización del formato de 35mm cuando ya casi nadie lo hace. En «Once Upon a Time», esta fascinación por el pasado llega a proporciones descomunales y es uno de los mejores aspectos del film. Desde esa radio que no para de sonar en el auto de Rick Dalton escupiendo hits de Simon and Garfunkel, José Feliciano o Los Bravos, hasta las latas de carne enlatada que sirven de alimento a Brandy, la fiel amiga de Cliff Booth. A Quentin nada se le escapa y te lo escupe en la cara.
Tarantino refrita sus propias ideas. Narrativamente el director de «Pulp Fiction» vuelve a reconstruir la historia, como ya lo hizo en «Inglorius Basterds» y en cierta medida en «Django Unchained». Rick Dalton y Cliff Booth son unos intrusos temporales que se encuentran a solo «una barbacoa de Roman Polanski». Toda la opoluncia, la frivolidad y miseria de Hollywood es vista desde el prisma de estos dos personajes que discurre en paralelo con la historia de Sharon Tate, interpretada por una bellísima Margot Robbie que enamora al son de Paul Revere and The Raiders. Ambas historias definen el contraste principal de la película: el ascenso al estrellato de la actriz del momento con la decadencia de un par de actores cuarentones que no les queda más que hacerse compañía mutuamente.
Sin embargo, en el sueño idílico de las calles de Hollywood hay una atmósfera turbia y Tarantino lo describe con sutileza. La aparición de Manson en el film es mínima. Sin embargo, el espectador va al cine con la historia de sus crímenes en mente y la ansiedad por saber el desenlace llena la película de un extraño suspenso, de un miedo latente y de una espera que se intensifica en la última media hora del film.
«Once Upon a Time in Hollywood» es un caótico juego de referencias, metatextos y adoración cinéfila que puede llegar a aburrir a mitad de metraje. Toda la historia se mantiene gracias a la dinámica entre Di Caprio y Pitt. Una de las mejores duplas del año. Ambos se cargan la película al hombro y justifican tu entrada al cine. En especial Pitt, cuyo personaje parece habérselo construido a medida con esa carencia de conflictos internos y un gran sentido del humor, con el que todos llegan a empatizar.
La novena película de Tarantino, más allá del virtuosismo en la ambientación de una década caótica, está lejos de ser la obra maestra de la que todos hablan. Un peculiar relato cuyo mayor desafío es enfrentarse a las expectativas del espectador. Para algunos sera una obra maestra, mientras otros sentirán que faltaba algo más. Lo cierto es que todos tendrán mucho de que hablar luego de ese lisérgico final al son de «You Keep Me Hangin’ On» de Vanilla Fudge. Un tramo final en donde Hollywood reescribe sus propias páginas en la peculiar visión del más malcriado de todos sus hijos. Vayan a verla por ustedes mismos.